30 de marzo de 2011

Neurótico

4

Ya estamos en la sala. Se apagan las luces y cierro los ojos. No sé por qué tengo esa costumbre. En lugares oscuros (cines, teatros, cortes de luz): cierro los ojos. Me quedo quieto con los ojos cerrados. A veces hago una mueca, como una travesura. Pero ahora no. Ahora pienso. Me doy fuerzas. Una máxima del marketing dice que las cosas tienen su tiempo y su lugar indicados. Terminar una relación de 4 años en un cine, a oscuras, con cien o ciento cincuenta personas alrededor no es lo que se dice, una decisión afortunada. Es una desgracia. Me siento desgraciado por pensar así. Una cucaracha. Pero una cucaracha decidida. Envalentonada. Una cucaracha que lucha contra gigantes sola. No está bien esto que estoy por hacer. Ningún académico de las relaciones íntimas lo aprobaría. Pero no hay académico para estas cosas. Es una guerra. Sálvese quien pueda. Y yo quiero salvarme. Todavía mantengo los ojos cerrados: es el momento, me repito y la película empieza. Es el momento, es el momento, repito como un mono que abre una banana, la come, tira las cáscaras en el suelo y se ríe. Me río en la oscuridad y tomo fuerzas. Pero entonces, una mano comienza a rozarme la rodilla. ¿Qué? ¿De dónde salió esta mano? Me tiembla la pierna con un tic tac que no conocía. Me tiembla también el ojo en un movimiento rítmico, pero que aprendí a reconocer: aparece en situaciones raras, tensas. Me cuesta ver la película y me tiembla el ojo. Me siento un crítico de cine al que sobornan o al que lo llevan con dos o tres prostitutas para que escriba sobre lo que no vio. Muy buena, dice el diario pero el crítico ni se enteró que era una película romántica. ¿Esto es romántico? Su mano ya está en mi entrepierna. Me mira y la miro: de dónde salió este gesto inapropiado. Pienso: nos conocemos hace 4 años y jamás tuvo este tipo de iniciativas. Su mano ya dentro del pantalón. En verdad sí, pienso. Claro que sí: siempre quiso tener sexo en aviones, micros, cines. Pero siempre encontré una excusa: la seguridad, la azafata, el arte. ¿Es el momento de decirle “no quiero seguir”? ¿Es preferible esperar? No sé. No sé. Cierro otra vez los ojos. El corazón se acelera. Ya terminan los títulos y empieza la película. No sé. No sé. Abro los ojos porque el movimiento se detiene. Una luz fuerte en mi cara no me deja ver que una pareja busca su asiento en nuestra misma fila.

- Dejá pasar, amor- dice ella y otra vez tengo la culpa de todo.

23 de marzo de 2011

GRADOS DE NEUROSIS

Reconocete en este cuadro. Para saber dónde estás parado.

Grado 1 (leve; casi nadie se da cuenta)

Dejás de comprarte algún libro porque te parece un poco caro.
Tardás dos o tres días en decidir qué color preferís para los muebles de tu casa.
Dejás algún que otro curso a mitad de año, prometiendo volver cuando estés más despejado.
Decís que querés ver menos televisión y utilizás en tu vocabulario “televisión basura”.
Tu primer beso te lo arrancó una chica. O: tu primer beso recién llegó con una relación seria.

Grado 2 (moderado; tenés algunas manías)

Decís que leés más de lo que leés. Nunca decís “ese libro no lo leí”.
No sabés bajar música por internet.
Tenés a mano una excusa cuando te invitan a comer los del laburo.
Querés ir más al teatro.
Te quedó pendiente algo y creés que estás grande para empezar (no importa la edad que tengas).
Aprendiste a manejar después de los 23 y preferís no manejar autos ajenos (eludís por completo el auto de papá)

Grado 3 (importante; dos veces al analista por semana te ayuda)

Te gustan las librerías de barrio. Pero no vas a ninguna.
No te gusta la moda. No te comprás ropa hace dos años. Usás siempre el mismo jean y la misma remera. Y te averguenza.  
Te mudaste solo y fuiste al supermercado a hacer “la compra del mes” una vez. Te arreglás con lo que hay. Pedís delibery y gastás el doble. A fin de mes te querés quejar porque no te alcanza la guita. Pero no lo hacés
Vas al oculista y te hacés todos los estudios (fondo de ojo, te medís la presión): si te dan bien, dudás del oculista. Si te dan mal, dudás del oculista. Preferís tener una segunda opinión. Nunca vas con otro oculista.
Extrañás Musimundo. Te marea la tecnología.
No tenés opinión formada sobre qué clase de película te gusta. O qué género. O qué actor. No reconocés a los actores.   
Te lesionás dos o tres veces al año. Vas a recuperarte a 10 sesiones de kinesiología. Pero dejás en la 6ta. Volvés un mes después y te dicen que tenés que empezar de nuevo. Hacés 4 y dejás.

Grado 4 (imposible; tratá que otros decidan las cosas por vos)

No sabés por qué no te comprás más libros.
No sabés por qué no te comprás películas.
No sabés por qué no bajás música. No sabés bajar música. No sabés por qué no aprendés.
No sabés por qué no tenés un hobby. Te da envidia la gente que tiene hobby. Te da envida la gente en general. Pero mucho más los que tienen hobby y lo dicen.
No sabés por qué no tenés mesitas de luz para apoyar los vasos que te arruinan el piso de madera.
No sabés por qué no tenés sillón para invitar gente a tu casa. No sabés por qué no invitás gente a tu casa. No sabés invitar gente.
Dejás todo los cursos que empezás. Pagás adelantado porque te sale más barato y alguna vez llamaste para saber si devolvían el dinero. Te dijeron que no. Preguntaste si otra persona podía ocupar tu lugar. Te dijeron que no. Hiciste que otro amigo llamara y preguntara si podía ocupar tu lugar pagando poca diferencia. Le dijeron que no. 
No sabés por qué tenés el televisor en el piso.  
No terminaste la facultad porque no te convenció el profesor de Inglés a distancia.
No te gustan los fines de semana largos. No sabés por qué.
No sabés si podrías decirle a tus padres que sos gay. No sos gay igual.
No sabés por qué no tenés un peluquero de confianza y cada vez que vas, tenés que volver a explicarle que lo tuyo son los rulos.
No sabés tu color preferido.
No tenés un autor preferido.
No tenés película preferida. No te gustan las conversaciones de directores de cine porque no conocés a ninguno. Con todos decís “ah, ese”.
No sabés nada de autos.  
No sabés por qué nunca tenés tiempo.
A tu mamá le decís que estás haciendo algo para no hablar. Cuando cortás apurado, te sentís mal y la llamás y hablás 10 min. hasta que volvés a mentirle.
No sabés hablar otro idioma. No te parece siquiera posible.
Cuando te preguntan “de dónde sos” podés llegar a responder “ciudadano del mundo”. Pero no, decís de Palermo. Después explicás que es casi Villa Crespo.
No tenés idea cómo llegar a Barracas. Ni dónde queda Pergamino.



22 de marzo de 2011

Neurótico

3

No. No me pasa nada. No, digo. La fila se impacienta. Un minuto, ya va. No digo nada. Razonar es un método de supervivencia. ¿Dónde dejé las entradas? Lo único que encuentro una y otra vez es el atado de cigarrillos. Debería dejar de fumar además. Hace mal. Me voy a morir dentro de cincuenta años por esta estupidez. Me voy a morir de todos modos, sea por una estupidez o no. Tal vez me muera ahora incluso porque mi cabeza está por explotar.

-          Tranquilo, amor. Dejá pasar.

Dejo, sí. ¿Por qué me olvido las cosas? No es que me las olvide siempre, pero hace cosa de cuatro meses que tengo que cambiar la batería del auto. Hace tres que tengo que cambiar el celular. No anda. No recibe llamadas. Es un celular nuevo. Fui cuatro veces al centro de atención. Las cuatro veces me lo solucionaron. Pero mal. Tendría que ir una quinta vez. Pero si fui cuatro veces el problema no está en el olvido. No es que me olvido las cosas. Me las acuerdo. Casi que no me las puedo olvidar. Ese sería el problema. No puedo olvidarme de nada. ¿Y esta vez? Parece que sí, parece que me olvidé las entradas del cine. ¿Yo las tenía? ¿Quién sacó las entradas? Ella. Claro, fue ella. Ella salió del trabajo, me llamo y quedamos en encontrarnos acá. Acá no, abajo, pero pensé que era acá y subí. Tímida sonrisa: esta vez no tengo la culpa yo. No señor. Yo nunca tuve las entradas. Sí, carajo, sí. A veces pienso como un barrabrava. No siempre, pero a veces. No puedo haber extraviado lo que nunca tuve. Es un silogismo sencillo. Y también: una victoria imperecedera. La primera de la noche, pienso. El primer indicio de que las cosas hoy van a ser de otro modo. Sí, carajo, sí. Pero es mejor no tomar este error ajeno como una victoria. Principalmente porque no preciso de victorias ni derrotas hoy. Más bien algo plácido. Manso. Una ola, no un tsunami. Si detecta algún aire de guerra en la conversación, si detecta un análisis previo, una estrategia en el azar de hablar sobre lo nuestro y el futuro, todo va a estar perdido de antemano. Eso lo sé.  

-          Acá están -dice. ¿Cómo no te acordaste que las tenía yo?

17 de marzo de 2011

Neurótico

2

¿Quiero comer pochoclos? ¿Pochoclos? No sé. La verdad no sé. Pienso: decí algo. Digo: Si querés comprá. Pero me mira con esa cara que pone siempre cuando no doy una respuesta segura. Altisonante. Completa. Militar, diría. Un general del ejército. Condecorado por su país. El pecho lleno de estrellitas que son medallas. Compra y me da el paquete para que lo lleve. Es enorme. Lo sostengo con mi mano derecha porque la otra no responde. La miro a los ojos: es el momento indicado para terminar. Un espacio público. No pueden haber gritos. Sí los pueden haber. Probablemente incluso los haya. Más que nada porque es un espacio público. Pero bueno, pienso, acabemos de una vez con esto. Me digo: terminemos con esto y empecemos a disfrutar de la vida. Lo que tiene graves consecuencias: primero, me hace creer que es un trámite sin importancia. Algo fácil de resolver. Quito el dramatismo a fin de ahorrar fuerzas. Pero justamente necesito no ahorrar fuerzas. Sólo puede cumplirse el objetivo si se tiene una fe verdadera. En otras palabras: perder la intensidad hace que el final nunca se alcance. Lo que debería hacer: redefinir las cosas acá adentro y después sí, culminarlas allá afuera. Están ricos, digo con algo de esfuerzo y ya estamos en la fila.
            Entonces, ¿cómo funciona la cabeza? Ese es el punto. Después todo va a ser más fácil. Facilísimo. Casi ridículo de tan fácil. Podría decir que lo primero que encuentro acá es la razón, el entendimiento. El hombre primitivo utiliza la razón para protegerse de la naturaleza. Sino la existencia sería más propia del azar. Si entiendo, preveo, observo y, gracias a esta ocupación, no sufro hambre, sed, frío, calor. No tengo las entradas. Las entradas. ¿Dónde puse las entradas? ¿Yo las tengo? No están ni en los bolsillos de mi campera ni en los bolsillos de mi pantalón. No las tengo. ¿No las traje? La razón no es un fin en sí mismo. Eso tiene que estar claro. Existe por necesidad. Razono para no morir de frío, no porque quiero razonar. Razono para comer.

-          ¿Te las olvidaste otra vez?

¿Por qué otra vez? ¿Qué otra vez me las olvidé? Una sola vez. Cuando fuimos al teatro Colón. Una sola vez no puede llegar a provocar ese tipo de argumentación: otra vez. O el otra vez se refiere al olvido en sí mismo. En todo caso estaría mal formulada la pregunta. Debería ser: ¿Otra vez te olvidaste algo? Y ahí tendría muchas menos respuestas. Ahora tampoco tengo muchas respuestas, pero en ese caso tendría menos. Me quedaría callado, casi con vergüenza. Ahora también me quedo callado. Y también con vergüenza. La fila quiere avanzar. ¿Me estoy poniendo colorado? Sí. Me lo aclara:

-          ¿Te pasa algo? Estás rojo.

16 de marzo de 2011

Neurótico

I

Creo que lo mejor es que lo dejemos acá. Listo. No funcionó. Qué va a ser. Hay cosas peores. Hay muchas cosas peores. Pensá en el holocausto. Eso es terrible. Eso sí que es terrible. Millones de tipos en las cámaras de gas. Piensan que se van a bañar y se mueren. No podés comparar. Comparar es malintencionado. Es una falta de respeto. Esto es como dejar el cigarrillo. Te das cuenta un día que no va más. Que te hace mal. Que te vas a morir dentro de cincuenta años por fumar y entonces te detenés. Decís listo. No sigo. Decís no. Eso trato de explicarte. Que lo nuestro no funciona. No funcionó ni va a funcionar porque nos conocemos y sabemos cómo somos. Yo sé cómo sos. No tengo nada que reprocharte. Al revés. Si hay alguien al que tendría que reprochar es a mí. A mí me reprocho. Yo tuve la culpa. Si hiciéramos un juicio a vos te darías la tenencia. A vos te tendría que pasar alimentos. Pero en principio no te hace falta que te pase alimentos. Además no tenemos hijos. No pensamos en tenerlos. O sí. Pensamos. Pensaste más que nada vos. Yo también. Yo dije que también quería. Es cierto. Pero ya sabemos que esto no funcionó y agregarle a una maquinaria que está oxidada nuevos accesorios no la arregla, la termina de estropear. No estoy comparando nuestra relación con una máquina ni con ninguna otra cosa. Como te decía, comparar es malintencionado. Vos sabés que yo no tengo mala intención. Nos conocemos creo y hay cosas que podemos dar por ciertas. Una de esas cosas es que no puedo decirte que esto no va más. Yo lo sé y vos lo sabés. Por eso no termino de entender por qué estamos yendo al cine y por qué me comporto como siempre. En verdad, es absolutamente claro por qué: porque no puedo decirte que esto se terminó. A veces me parece que pienso demasiado. No siempre, pero sí a veces. Tal vez si pudiera entender cómo funciona la cabeza, cómo son las cosas acá adentro, todo sería más fácil. ¿Quién eligió esta película? Por estas cosas tengo que decirte que se terminó. Porque cada vez que te lo quiero decir, me duele la mano. La mano izquierda. La que no sirve para nada. Me duele. Me cuelga como una liana. Me molesta tanto que a veces tengo que ir al médico. Y decirle que seguro no es nada. Que es algo de acá, de la cabeza. Aunque tampoco le digo nada. No puedo ir a la consulta de un médico y decirle que vine sin motivos reales. Que tengo razones para creer que lo que me pasa es un problema de otra índole. No puedo decirle nada y por eso me voy de la consulta con nuevos problemas, con citas para nuevos médicos, con estudios a realizar y mi silencio duplicado. Por no poderte decir nada a vos, tampoco le puedo decir nada al médico. Y tampoco le digo nada al otro médico que me hace las radiografías o las tomografías computadas. Por eso debería entender, a ciencia cierta, qué cosas pasan acá adentro. No ya el brazo que me cuelga. Eso es un detalle. Una consecuencia. Acá dentro. Una vez que está bien definido qué cosas pasan acá, va a ser mucho, pero mucho más fácil, sacarlas al exterior, ser, lo que se dice, una persona normal. Conseguirme otro trabajo. Conseguirme otra mujer. Pero lo primero es lo primero. No se puede empezar por otro lado. Las carreras se terminan cuando se cruza la meta, pero para cruzarla primero es necesario ponerse el calzado adecuado, entrenar, anotarse en la maratón, comer liviano la noche anterior y correr. Uno no sale a correr sin esas cosas. Es la realidad.

-          ¿Querés comprar pochoclos?
...