1 de julio de 2011

Neurótico

10

Esa capacidad para estar en otro lado y con otra persona. Mi novia siempre me criticó eso: que pudiera pensar en otras mujeres cuando teníamos sexo. Pensá en mí, me decía. O me decía: para qué me contás estas cosas. No sé para qué. Con el desayuno le hablaba de una amiga de ella. O de una conductora del noticiero. O de la hermana de un conocido. Por qué me decís esto. Como un testigo o un cómplice de un asesinato, que, a pesar de haber recibido intimidaciones y amenazas, para él o la familia, o para él y la familia, no puede hacer otra cosa que confesar ante el juez, sé todo, sí, sé todo y estoy dispuesto a jurarlo. Te digo que no es así, le prometía a mi novia cuando me descubría culpable, pero, ratón que busca la trampa, volvía a sacar el tema y la exasperaba de manera tal que, cansada de mí, ya no le interesaba la verdad. Eso es lo de menos, decía. Y después su silencio zen me hería por una o dos horas.

Ahora me pasa lo mismo. No tengo un arma que me apunta, ni hay una persona detrás que me insulta en un idioma que no conozco. Mi novia me mira y espera una reacción heróica, un soltarse de marras, escena de película donde el héroe, arrodillado y frente a un revolver, de alguna manera, da vuelta la situación y termina libre y feliz. No es el caso. Para empezar, no estoy pensando en formas de corregir el error de estar arrodillado frente a un criminal. Para nada. Yo estoy en otro lado. Y además, no estoy tan convencido de querer salvar la relación con un acto valeroso. Recibir el abrazo y el reconocimiento de la labor cumplida. El te amo después de la aventura. ¿Y si ella me salva? ¿Si ella, en un instante de iluminación, derriba a la mujer que tiene frente a sí y separa al tipo que, mientras me apunta, me obliga a darle todo el dinero que tengo? ¿Tendría que estarle agradecido para siempre, un esclavo a su merced?

- No tengo más plata, te dije -digo, aunque hasta ahora no abrí la boca. ¿Qué idioma es ese?

El criminal me mira. No sé si va a responder. Pienso en un culetazo en medio de la frente y en sangre que mancha la alfombra. Tener que pagar por la mancha y explicaciones inverosímiles frente al gerente del albergue. Pero en verdad, las explicaciones deberían venir de él hacia a mí. ¿Cómo es posible que una pareja de delincuentes esté en mi habitación? Posible respuesta: pidieron un turno, entraron, y ahora están desvalijando una habitación tras otra. Muy buena idea, me digo.

- ¿Tuvieron sexo antes de robarnos?

Los tres me miran. El culetazo me sorprende menos que la reacción de la mujer del criminal. Me obliga a acostamre boca arriba y apoya una almohada en mi frente. La tela blanca se humedece y toma el color rojo de la sangre. Pequeñas gotas caen por los costados, manchando el resto de la cama.

- ¿Qué hacés, idiota? -dice la mujer que ahora limpia la herida con la sábana

Miro a mi enfermera y sonrío como un bebé que dice sus primeras palabras. Pero no es la mujer del criminal. Cierro y abro los ojos dos o tres veces. No. Es mi novia. Dejo de sonreír y soy un pedido de disculpas de cejas arqueadas.

- Perdona – digo y casi inconsciente, completo: no voy a pensar más en otras mujeres.