7 de junio de 2011

Neurótico

9

Tocan la puerta y es lo mejor que puede pasarnos. Ella está en el baño y hace más de media hora que no habla. ¿Hace media hora que está ahí adentro? Pienso que tal vez se escapó, que encontró una puertita o una ventana, que está en medio de las cañerías o de los tubos del aire acondicionado. Pienso en un juez que investiga los hechos y pregunta cuánto tiempo tardé en darme cuenta que ella no estaba, que se había ido y me había dejado. Por toda respuesta, digo: recién cuando tocaron la puerta. Antes no. Intentaba construir un mundo verosimil para esa mentira que recién había dicho. Para esa persona que, según mis propias palabras, según consta en actas, había dicho que me gustaba. ¿Quién era? ¿Qué hacía? ¿Qué tipo de relación manteníamos? ¿Con qué frecuencia la veía? Construía un mundo seguro para la falsa mujer que me gustaba. Verónica, de Lomas de Zamora, me decía como si fuera un mensaje en la radio de una oyente que pide un tema. Verónica, de Lomas de Zamora, la conocí en la cola del cine. Tocan de nuevo la puerta y recién entonces me doy cuenta que en los albergues transitorios, las cosas nunca llegan tal lejos. Un llamado que avisa que se está por acabar el turno y otro que avisa que van a entrar a limpiar la habitación. Ese es el límite por el que pagamos 300 pesos las dos horas. ¿Ya pasaron dos horas? Miro mi reloj. No. Estoy confundido y cuando se abre la puerta del baño, ya no sé quién va a aparecer. Puede ser cualquier persona, me digo, pero no, es mi novia, que está arreglada, vestida, lista para irnos.

- Vamos -dice, en un tono que no alcanzo a saber si es cálido o brusco.

Vamos, sí, estoy por decir, pero la puerta de la habitación se abre de un golpe seco. Otro hombre y otra mujer. El hombre acaba de tirar la puerta abajo con el hombro. La mujer me mira y yo estiro la mano para tocar algún botón del teclado que está detrás de la cama en una reacción que, ante un juez, no sabría cómo explicar. O tal vez sí. Suponía que entre todos esos botones con el volumen de la música, las luces y los canales de televisión, habría alguno que pulsara una alarma. Por supuesto que no lo hay. Apenas si enciende el televisor y cuando el hombre dice sus primeras palabras, de fondo hay un gemido de mujer.

- Tranquilos, no les va a pasar nada -dice, pero como me apunta con un arma, no sé si tomar en serio su promesa.