20 de diciembre de 2011

De putas

Hoy me fui de putas –dice Jack y rompe así el hielo de 17 años de casados.

¿Hoy qué? –pregunta Angélica.

Me fui de putas –repite la información Jack, y no sabemos si estar parado así, sin miedo, indica que espera el cachetazo limpio y al que no va a oponer resistencia o si el miedo en verdad lo paraliza y por eso está quieto y parece no tener miedo.

¿Qué querés de mí? –pregunta Angélica y aunque es lo primero que le viene a la cabeza, le suena falso, grandilocuente, ridículo, y por eso no sabemos si cuando baja la mirada es por fastidio o bronca por perder al amor de su vida, o si la vergüenza por esa frase estúpida la embarga y mirar el suelo le parece la mejor opción.

¿Hace cuánto estamos juntos? –pregunta Jack que duda si acercarse y darle un beso, no sabemos por qué, y tampoco sabemos si la pregunta es sincera y espera una respuesta sincera, fiscal que busca la verdad y nada más que la verdad, o si detrás de la pregunta hay segundas y hasta terceras intenciones, del orden ‘¿no te parece que estamos hace mucho tiempo?’ o ‘¿no te parece que el tiempo que llevamos juntos justifica esta salida un tanto extravagante?’; pero lo que menos sabemos es cómo lo va a tomar ella y ni siquiera ella sabe cómo tomarlo.

Yo hago las valijas y me voy a la mierda –dice Jack, tras esperar veinte o treinta segundos alguna respuesta de su esposa en vano-. A la mierda –repite Jack, pero antes de dar un solo paso, suena el teléfono y, como por arte de magia, se olvida de la valija y la huida y piensa, repentino: ¿estará bien mi madre?

¿Vas a atender? –dice Angélica, y en su tono de voz no podemos distinguir ningún reproche, nada de violencia, como si ella también hubiese olvidado la frase con la que empezaron la conversación.

Jack se acerca al teléfono y lo atiende.

¿Quién es?

Espera 15 segundos sin cambiar la cara y no podemos saber si el llamado es de su agrado o no, si le pasó algo a su madre.

No, equivocado –termina por decir, pero en verdad no sabemos si es cierto lo que dice, si en verdad era número equivocado, o si no, si era para él y nos mintió descaradamente; pero aunque no lo sepamos, podemos intuir que dice la verdad: si 5 minutos antes le propinó a su mujer una frase tan poco feliz como ‘hoy fui de putas’, no creemos que haya en él alguna intención de mentirle.

¿Quién era? –pregunta Angélica que, al parecer, no tuvo ni un atisbo de nuestra intuición.

Equivocado, ¿no escuchás?

¿Quién era?

Se miran 20 segundos sin odio hasta que, fuera de tiempo, Angélica abre la palma de su mano y golpea con fuerza a su marido hace 17 años.

¡La puta madre, Angélica! –dice Jack, dolorido porque la palma abierta de su mujer dio de lleno en su oreja izquierda y, tras unos instantes de sordera, recupera el sonido exterior pero le da un pequeño mareo que lo obliga a sentarse-. ¿Sos estúpida?

¿Quién era, Jack?

¿Qué? Equivocado, traeme hielo.

Angélica duda unos segundos qué hacer, no sabe si el dolor de Jack es sincero o puro teatro y por eso da dos pasos y vuelve, y da otros dos pasos y vuelve.

Dame una razón para traerte hielo –dice Angélica, pero otra vez le suena falso lo que dice y por eso agrega: Si querés que te busque hielo, pedime perdón.

¿Perdón por qué? –dice Jack con total honestidad porque el mareo o la situación o alguna falla en su memoria le hace olvidar cómo empezó todo.

Suena otra vez el teléfono y esta vez es Angélica quien se acerca y atiende.

¡Diga! –grita, pero toda la seguridad de su voz se apaga cuando escucha del otro lado una muy mala noticia.

¿Cuándo fue? –pregunta Angélica que baja la mirada, y niega con la cabeza, no sabemos si por lo que dicen del otro lado o por encontrar un pequeño manchón azul de tinta en el suelo.

Angélica corta el teléfono, va hasta la cocina, trae un poco de hielo envuelto en un repasador, y se lo alcanza a Jack que aún mantiene su mano adherida a su oreja izquierda.

Recién murió tu mamá –dice Angélica y aunque se arrepiente de no haber preparado el terreno o quizás por eso, se acerca y lo abraza, y unos instantes después se inclina frente a él, lo mira directo a los ojos y le dice, sin reproches: pero igual sos un hijo de puta.