25 de julio de 2011

El precio de un Pollock

Sebastián es alto. Tiene esa cara de afiche de película. Lo conocí hace 8 años cuando hicimos un curso de actuación para principiantes. Como muestra de fin de año, en vez de hacer escenas inconexas, decidimos hacer una obra. Yo la escribí. Sebastián, como todos, tuvo su participación: un personaje algo tonto pero divertido, que se metía en la casa de otro, se acostaba con la mujer del otro y hasta lo convencía de que era todo mentira. La obra duró una representación. No fue, lo que se dice, un éxito, pero me valió algunas críticas favorables de amigos y no tanto (no tan amigos, no tan favorables).

Y ahora, al bajar del subte, en un extraño pasaje de la salida “Nueve de julio”, lo veo. Está igual. Parecido, tiene algunos años más. Tiene algo de barba. La misma sonrisa. Y vende cuadros. No suyos. Tiene algo así como una galería de arte con pinturas de diferentes autores. Me alegro de verlo. Hablamos de nuestras vidas: no sé cuántas veces nos vimos después de ese pequeño estreno. En verdad sí sé: dos veces. Una ese verano, otra hace algunos años, de casualidad, en este pasaje. Él también se alegra de verme. Vive solo. Vivió en Italia. No actúa, pero sí baila tango. Me encanta bailar tango, dice. Viajó a Italia porque conoció una mujer y se enamoró. Hablamos de mujeres, de novias, de las mujeres de aquel grupo de teatro. Estoy seguro de haberme acostado con dos de ellas. Estoy seguro que él también se acostó con esas dos. Probablemente también con otras dos. Y con la última no sé, pero es muy posible. Los caminos de la vida, dice, sí. Me despido, pero antes le digo que voy a volver. Sí. Voy a traer a mi novia para que elija un cuadro. Nos estamos por mudar. Es una muy buena idea así que nos vemos la semana que viene.

Se lo comento a Sofía y también le parece una buena idea. Ahora está con la astrología y cosas del feng shui por la casa, con espejos en lugares que no son el baño y equilibrios del yo con los muebles y las cortinas. No quiero, le digo, traer un cuadro y arruinar esta armonía. Se ríe con esa sonrisa de dientes blancos de publicidad. No sé qué hice para merecerla. Siempre lo pensé. Que cuando se diera cuenta, se iba a ir. Pero no pasó y ahora estamos por mudarnos.

Por cosas del trabajo, le digo de encontrarnos ahí. Se va a perder porque siempre se pierde, pero bueno, así son las cosas. A las 13 horas allá, digo. Puntuales, digo, pero estoy llegando media hora tarde. No tengo llamados ni mensajes en el celular y tengo dos hipótesis: la primera, todavía no llegó. La segunda: mi celular no tiene señal acá abajo. Pero las dos hipótesis se vuelven ridículas cuando llego y los veo sonreír juntos. Te iba a presentar pero creo que no hace falta, digo. Si no fuera el tipo con el que ella va a vivir, diría que hacen una hermosa pareja. ¿De qué pudieron hablar media hora? ¿Llegó hace media hora? Tal vez llegó hace un minuto y se ríe nerviosa de un mal chiste. No, dice, llegué antes. Tenía miedo de perderme y salí temprano. Llegué antes. ¿Antes cuánto? ¿10 minutos, 20, una hora? Otra vez se ríen y esta vez no sé de qué. De qué se ríen, eh, pienso. Miramos un poco las pinturas. El lugar parece más chico. Y hace más calor. Me gusta uno de… me olvidó por completo el nombre del pintor. Me acerco al cuadro y leo su firma. Quinquela, bruto, dice mi novia. ¿Yo, bruto? Pienso que seguí una carrera universitaria. Me recibí con honores. Apenas me olvidé el nombre de un pintor y ahora soy bruto. ¿Bruto, yo? ¿Yo no estoy buscando que los colores del cuadro tengan no sé qué matiz para que en la casa haya progreso y armonía? A mí ni siquiera me importa el cuadro. Tuve este gesto para hacer una mudanza compartida. Sofía sigue riéndose de la ocurrencia de un Sebastián que improvisa un paso de tango. Bailás bien tango, eh, dice. Y sí, baila bien. No hace otra cosa que bailar tango y vender cuadros. Sí, baila bien, sí. No nos ponemos de acuerdo con Sofía. Fui decidido a dejarla elegir, un trámite, pero ese cuadro no me gusta. No me gustan los cuadros a lo Pollock. Que tiren una lata de pintura y me lo vendan por 3 lucas. Digo: ¿no es un poco mucho 3 mil por esto? Me miran: soy el bruto que necesitan. Vemos dos o tres lienzos más. Sebastián una estatua viviente al que no le tiran monedas: quieto y no habla. Sofía dice: vamos. No quiero elegir ningún cuadro. Está bien, pienso. Digo: está bien. Saludo a Sebastián. Camino con Sofía sin darnos la mano. Nos despedimos en el andén: vamos en direcciones opuestas. Mi tren llega primero. Subo. El traqueteo se vuelve constante y es la música de fondo de un solo pensamiento: qué cagada. O de dos: no sé si hice del todo bien en traerla.  

Revista "Mutis x el Foro", #15, Oct-Nov 2010.