30 de septiembre de 2011

No sé escribir. La cruda realidad. No sé pensar, que es más grave. No puedo elaborar un argumento. Una trama sólida. Son todas ideas sueltas que nunca terminan de configurar nada. Decepción. Pensaba esto y caminaba, daba vueltas por el living. Tengo que escribirle al director. Decirle que no. Que no se preocupe. Que siga con su vida. Yo no le puedo ofrecer nada. En mitad de la caminata por el living, la vecina otra vez. ¿Qué mira? No sé qué hace ni de qué trabaja. Debe pensar lo mismo de mí. Pero tengo que escribirle al director. Exponer, de entrada, que todo fue un error. Que no sé escribir y que tiene que entender. Que no pasa nada. Que se olvide. O que me robe la idea. Ahí está. Llevátela. Es tuya. Toda tuya. Hace lo que puedas y listo. Saqué entradas para ver a Drexler. Este sábado. No tengo que perder más tiempo y escribirle al director ya. Abro el mail. Un nuevo correo suyo. Me anticipó. Ganó de mano. Dos líneas. Juntémonos. Un abrazo. Estoy en la lona. O peor. Estoy en la lona y el boxeador que está parado, me mira y me dice: dale, vení, vení cagón. Tengo que escribirle y decirle que todo fue un error. Ya.

29 de septiembre de 2011

Tengo que comprar una maceta nueva. Ayer la lluvia rompió una maceta colorida y todo el balcón se llenó de tierra. Limpié durante una hora antes de desayunar. Cuando terminé, me di cuenta que una vecina había estado mirándome todo el tiempo. La miré, pero no cambió de posición. Es una vecina nueva. La semana pasada la vi tomando sol en una reposera. Es rubia y debe tener más de 40 años. No es linda. Del director no hay novedades. Tengo que saber qué piensa de la historia. Si le parece atrayente. Tengo que resolver todo en muy poco tiempo porque las ideas me duran poco. Pasa una semana y ya no me interesa. Es diferente cuando alguien se quiere sumar al proyecto. Ahí descanso. Media hora más tarde salí al balcón de nuevo. Traté de no levantar la cabeza por cinco minutos y solamente me interesaba secar el piso mojado. Cuando levanté la vista, la vecina ya se había ido. El vivero queda en S.Ortiz a dos cuadras de mi casa. La maceta me la vendió una tal Adela. Me dijo que era resistente y que no me preocupara. Tengo que ir y pedirle como mínimo un pedido de disculpa. Prefiero que me devuelva la plata o me dé otra maceta.

28 de septiembre de 2011

Tengo que terminar de escribir el piloto de una serie. Ya está el actor principal. Me contacté con el director. Tengo que escribir una novela. El director me prometió una respuesta hace 2 semanas. El otro día le mandé otro mail. Quedate tranquilo, decía en la última línea. "Quedate tranquilo" suena a sos ansioso. O a no tenés experiencia y de eso yo me doy cuenta. Me doy cuenta yo que sí tengo experiencia. "Quedate tranquilo" era como decirme por qué no mirás mi currículum. Por qué no lo mirás y me dejás de joder. Estuve a punto de responderle. Tratame bien, le iba a poner. Tengo que escribir una novela y no estos guiones. Tengo que escribir una página por día y tener dentro de un año una novela de 365 páginas. Ganar un premio y volverme famoso y no poder ir a bares porque la gente me pide autógrafos. Tengo que pagar el celular que venció ayer. Tengo que comprar bombones para llevar a lo de mi abuela mañana. Llamar a mis tíos para agradecer por la camisa que me quedó chica. Tengo tanta ropa que no me va. Tengo que regalarla. Hacer un acto de caridad. Si esta noche no tengo respuesta voy a insistir con el director. Darle un ultimatum. O estás o no estás. Decidí vos.      

27 de septiembre de 2011

Diario

Hoy vence el teléfono celular. Tengo que juntar plata para pagar las expensas. Tengo que pedir un turno para llevar el estudio de sangre. La médica me pidió que dejara de comer mal y me obligó a hacérmelo y llevárselo. Hoy se cumplen 40 días. Cuarentena. La luz ya venció. Segundo vencimiento: 5 de octubre. En su momento reclamé que venía demasiado. Lo consulté con amigos y familia. Todos me dijeron: es una barbaridad lo que te viene. Llame y discutí por eso. Los de Edenor me dijeron: desconecte el medidor. No lo hice. Tengo que terminar de armar un curso de literatura que voy a dar el año que viene. Tengo que leer el libro de un amigo que me pidió por favor una crítica cuanto antes. Hace 2 meses. Este viernes lo veo en una reunión que organizamos con ex compañeros de un taller literario. No sé qué decirle. Mi amigo es grandote. Hizo karate y sabe dislocar el hombro en una toma. Tal vez no vaya a la reunión este viernes. Tengo que pensar una excusa. No voy a llevarle el estudio a la médica. Lo leí y no tengo nada. Estoy dentro del promedio en el 90 % de los datos. Tengo que sacar entradas para ver a Drexler.

9 de septiembre de 2011

Neurótico

14

Tiro la cadena, me subo el cierre del jean y vuelvo al salón. Miro cada detalle, cada pareja, registro todo como robot o lobo a punto de capturar una presa. Tengo algo de hipo que disimulo apretándome la nariz, pero no, no probé una gota de alcohol. Las manos en los bolsillos. Empiezo a creer que todo tiene algún sentido. Que las cosas no pasan porque sí. Es como un acertijo, un enigma que, resuelto, me deja en un mundo sin privaciones. Sin hambre. Sin ninguno de los males que nos aquejan. País abierto a todo ciudadano del mundo que quiera habitarlo, me digo y soy un político del siglo XIX. Tengo confianza. Esa es la palabra: confianza.

-  ¿Qué tenés? -me ataja mi novia en medio del salón.

¿Qué tengo? Busco espejos en paredes. Miro el techo. Busco manchas en mi piel. Miro mi camisa y sí, un pequeño círculo rojo de sangre. Lo toco: seco como calor en provincia norteña. Consecuencia de un golpe al inicio de la noche. No es noticia ya. Miro a mi novia otra vez. Tres viejas a su alrededor. Por un momento pienso en custodias. Guardaespaldas que disimulan. Van a guiarnos a un asensor, una terraza, un helicóptero y un país vecino. Nos van a borrar del mapa. Ya somos recuerdos. Exagero: son tres viejas amigables. ¿Qué tengo? No tengo pasajes para Cancún ni para las Cataratas. No tengo nada. O sí.

-  Tengo hipo.

Las tres viejas sonríen. Mi novia, no. Mira directamente mi mano izquierda. Bajo la vista: en mi mano, una carpeta llena de papeles. ¿De dónde sacaste todo esto? Una sola respuesta: del baño. Sé que estoy en problemas cuando un mozo se acerca y me ofrece otra copa. No, gracias. No tomar nada es una obligación cuando estoy en servicio. ¿Qué servicio? Se me pone todo blanco, me baja la presión y miro el piso como un refugio. Quiero entender. Entrar en una clase y escuchar una profesora explicar cuál es el sujeto y cuál el predicado en una oración. ¿Tanto pido? Confesá, me digo y soy un cura que quiere mi bien. No sé qué tengo que confesar, pero sí sé que tengo que decir algo.

- Alguien se la olvidó -digo, pero acentuó la última vocal de manera extraña y suena más bien como una pregunta.

Involuntariamente abro la carpeta para confirmar alguna de las hipótesis: hay hojas en blanco. Hay contratos escritos en otro idioma. Hay fotos de parejas entrando a albergues transitorios. Muchas parejas o más bien una pareja. Muchas días o más bien uno. Muchas poses sexuales. Muchas. Esto es confidencial. Esto es confidencial. No tengo que estar viendo esto. Confesá, me dice un cura interior que no me cononce y quiere mi mal.

-  Yo no sé nada -digo, pero otra vez suena como pregunta.

Mi novia y las tres viejas me miran como un loco con una bomba atada al pecho que responde preguntas que no le hacen con otras preguntas. ¿Yo no sé nada? Vuelvo a preguntar, pero esta vez en voz baja y solamente para mí. Mi brazo izquiedo otra vez se me paraliza. Tengo que volver a ese médico que hablo de hacer estudios. En verdad están los estudios, tengo que buscarlos y llevárselos. La carpeta se me cae al suelo y el anillado se abre. Fotos porno boca arriba se dejan ver sin pudor. Dos mozos llegan apurados y las levantan. Yo, mudo, espero algo inesperado: que me trague la tierra. Que me de un ataque. Que se corte la luz. Nada de eso. El salón vuelve a la normalidad. Se renuevan conversaciones, se distiende el ambiente, se llevan las fotos. Aunque nadie me mira, ya todos saben que soy un invitado peligroso. Psicoanalista que difunde secretos. Loco con bomba debajo de la camisa. Miro mi pecho para estar seguro.

- Bond -me dice una de las viejas, se separa de las otras dos y me saluda. Siempre imaginé que iba a ser más parecido a James Bond, pero debés tener tu encanto – dice y agrega: te estuvimos esperando toda la noche.