22 de julio de 2011

El cielo de los burlones

No sé a vos qué te parece. Decirle no estudié, voy poco al teatro, o cosas por el estilo, no es opción. Decirle todavía vivo con mi madre no es opción. Llego con mis dos vasos de cervezas y aunque Nadia pregunta si están frías, no hace falta que responda para que ella hable. Hace diez minutos me habla del teatro. Claudio, dijo, vi tu obra, me encantó. No me llamo Claudio pero no dije nada. Repite mi nombre de pila –equivocado-, me halaga: porque son todos personajes con fuerza, Claudio. Para eso sirven los reencuentros del secundario: no sólo para decir qué hizo cada uno con su vida y tomar cerveza, también para confundirnos. Nadia acaba de confundirme: soy un nuevo dramaturgo que acaba de presentar una obra teatral que varios diarios ya califican de virtuosa. Cómo se te ocurrió, dice entonces. No quiero perder la oportunidad de pasar esta noche con Nadia, pero no sé qué responder –no tengo inventiva. Levanto la mirada: estamos todos muy apretados porque llueve y el bar afuera está cerrado. No lo veo a Claudio, pero veo, sí, cerca de la entrada, en el otro extremo, a dos ex compañeros que conversan. Cualquiera de ellos, pienso, podría decirme dónde está Claudio. Me esperás que los saludo –diez años sin verlos me justifica-, esperame un minuto, digo y la miro directo a los ojos.
 
No sé vos qué harías, pero no es mentir. Es difícil pasar entre tanta gente porque llueve cada vez más. Cuando Nadia termine el vaso de cerveza tal vez recuerde mi nombre –o el del dramaturgo- o ya alguien le diga algo de mí. Cuento con un tiempo líquido de cerveza que ingresa en el cuerpo de Nadia. Saludo a los dos ex compañeros y pregunto apurado qué hacen de sus vidas y si lo vieron a Claudio. Los dos me miran desconcertados. No responden, se ríen, se miran entre sí, dicen: y qué hiciste vos de tu vida. Y uno agrega: siempre fuiste un poco payaso vos. No lo tomo como un ataque. Siempre riéndote de todos vos. Lo que menos necesito en este momento es un revisionismo histórico. Un ataque directo sobre ciertos excesos de bachiller. Muy cancherito eras. Si el secundario es el cielo de los burlones no es culpa mía. Que esos dos ex compañeros pudieran haber usado anteojos, aparatos o plantillas; que hayan sido petisos; que fueran afeminados, raquíticos; que sus apellidos se pudieran rimar: qué tengo yo que ver. Seguro que sos publicista o ejecutivo de cuentas o joven empresario. Miro hacia atrás y el vaso de cerveza de Nadia por la mitad. Te preguntamos primero, mienten cuando insisto, y respondo lo único que puede calmar esos espíritus vengativos: vivo con mi mamá, trabajo en una fábrica de pastas. A Claudio, termino por preguntar, lo vieron entrar.


No sé si me seguís. Pero el gran dramaturgo que esperaba Nadia no había ido al reencuentro. Y entonces yo no tengo modo de saber cómo fue que se me ocurrió la obra. Mentir es una opción que ya rechacé. Sin quererlo, el lugar es demasiado chico y llueve demasiado, me empujan hacia la barra. En el otro extremo Nadia me mira, sonríe, me muestra su vaso de cerveza casi vacío y vuelve a sonreír. No creo que esté burlándose de mí. Voy a pedir dos vasos de cerveza, y voy a llevarle uno, y voy a decirle la verdad. Y después irme. Detrás de la barra una chica espera que le pague: su cara blanca iluminada por la pantalla de una computadora. Tenés Internet, pregunto entonces esperanzado, y a sus evasivas la conmueve no sé qué urgencia. Memorizo el título de la obra y algunas anécdotas. Hay un blog con fotos de algunos actores pero no la de Claudio, y varias críticas de diarios. Varias veces la palabra virtuosa. Mentiroso, dice la chica de la barra, pero ya camino con mis dos vasos de cerveza hacia Nadia y su cara se ilumina sin necesidad de pantallas blancas.

No sé bien si contarte los detalles. Media hora después entrábamos mojados en el auto de Nadia. No tuve que insistir para ir a su casa y no a la mía: tenía que despertarse temprano, que bañarse y cambiarse rápido porque tenía que presentar no sé qué proyecto en no sé qué universidad con no sé qué objetivo. A esa altura ya nos habíamos besado y aprovechábamos cada semáforo en rojo y cada uno de los vidrios polarizados. El departamento era moderno: no había nada que no fuera negro o blanco. No había biblioteca. Estoy un poco borracha, decía Nadia. Casi desnuda me hizo prometer llamarla al día siguiente. Te juro, mañana, dije afónico y volvía a tener diez años menos y toda la vida por delante.


 Me tuve que ir apurado a la mañana, casi no dormí. Me despidió en la puerta con un beso corto, y estaba apurada o nerviosa porque no me dejó revisar si me había olvidado algo. Un tibio sol secaba un poco las veredas. Me acordé del secundario y de noches interminables de boliches y borracheras. Tuve un instante de felicidad incluso al darme cuenta de que había olvidado darme su teléfono. No sé bien qué pensás. Si hice bien o mal. Si tendría que haberle dicho todo, aunque sea a la mañana. O dejarle una nota. No sé bien. Después, cuando caminaba, se me ocurrió otra cosa. Que tal vez Nadia supo todo desde el principio. Que eso del proyecto de la universidad era pura mentira. Y que siempre supo bien mi nombre. Que sólo fue una apuesta con algunas amigas para saber quién esa noche se acostaba conmigo. La historia termina con final feliz, pero no sé para quién. 


Revista "MUTIS X EL FORO", # 7, Nov/Dic 2008.  

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