30 de septiembre de 2011

No sé escribir. La cruda realidad. No sé pensar, que es más grave. No puedo elaborar un argumento. Una trama sólida. Son todas ideas sueltas que nunca terminan de configurar nada. Decepción. Pensaba esto y caminaba, daba vueltas por el living. Tengo que escribirle al director. Decirle que no. Que no se preocupe. Que siga con su vida. Yo no le puedo ofrecer nada. En mitad de la caminata por el living, la vecina otra vez. ¿Qué mira? No sé qué hace ni de qué trabaja. Debe pensar lo mismo de mí. Pero tengo que escribirle al director. Exponer, de entrada, que todo fue un error. Que no sé escribir y que tiene que entender. Que no pasa nada. Que se olvide. O que me robe la idea. Ahí está. Llevátela. Es tuya. Toda tuya. Hace lo que puedas y listo. Saqué entradas para ver a Drexler. Este sábado. No tengo que perder más tiempo y escribirle al director ya. Abro el mail. Un nuevo correo suyo. Me anticipó. Ganó de mano. Dos líneas. Juntémonos. Un abrazo. Estoy en la lona. O peor. Estoy en la lona y el boxeador que está parado, me mira y me dice: dale, vení, vení cagón. Tengo que escribirle y decirle que todo fue un error. Ya.

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